Gunkanjima
Su nombre popular se traduce como “isla acorazado” por su forma, fue comprada por Mitsubishi en 1890 para la extracción de carbón del mar, labor en la que trabajaban sus 835 habitantes cuando se cerró en 1974. La isla, ahora una atracción turística algo arriesgada por su estado de ruina, pertenece hoy al municipio de Nagasaki, a 15 kilómetros de distancia.
Alrededor de 1887, en plena revolución industrial japonesa, la empresa Mitsubishi compró la isla con la intención de explotar sus recién descubiertas minas de carbón. Tardaron casi un siglo en extraer hasta el último gramo de dicho mineral. Y claro, una vez ese corazón no tuvo más sangre que bombear, la isla murió y todos la abandonaron.
Lo cierto es que no había ni un sólo motivo más allá del laboral para que alguien quisiera quedarse en la isla. De hecho, tras el fin del carbón, el proceso de abandono se aceleró cuando Mitsubishi ofreció nuevos puestos de trabajo en otros destinos a quienes fueran los primeros en mudarse. Todos escaparon de Hashima como si el propio Norman Bates los estuviera persiguiendo con un cuchillo. Una prueba de ello es que se han llegado a encontrar habitaciones en las que la mesa estaba sin quitar y los cacharros sin fregar.
Pero mientras el carbón surtía de savia a la isla, se diseñó y construyó sobre ella una mini-urbe de 480 metros de largo por 150 de largo, es decir, más o menos un campo de fútbol. Un micro espacio en el que llegaron a cohabitar más de 5000 personas, convirtiéndose por méritos propios, como digo, en el lugar con mayor densidad de población del planeta.
Gracias o por culpa de otra guerra, la de Corea, entre en 50 y el 53, se volvió a disparar la demanda de carbón. Cientos y cientos de apartamentos y edificios conectados entre sí fueron apilándose cual piezas de Tetris en una metrópoli vertical en miniatura. Incluso tuvo que ser amurallada para poder protegerla de los fuertes oleajes con los que frecuentemente era sacudida.
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